La vocación de construir consensos

La Universidad Nacional de La Plata es una institución compleja que alberga, todo el tiempo, debates intensos entre sus claustros. No sólo aquellos que toman estado público más fácilmente, referidos por lo general a conflictos sectoriales o a posicionamientos sobre temas de actualidad. Por lo general, la mayor parte del tiempo la universidad debate acerca de sus misiones fundamentales: cómo enseñar mejor, cómo producir más y mejor ciencia y tecnología, cómo garantizar la igualdad de oportunidades, como relacionarse de manera productiva y solidaria con la sociedad que nos alberga y sostiene.

 Se trata de una institución que contiene a más de 150.000 personas entre estudiantes de pregrado, grado y posgrado, docentes y trabajadores no docentes. Por supuesto que hay tensiones, conflictos e intereses a veces contradictorios. En una institución de semejante complejidad, con diecisiete facultades -cada cual con su órgano de cogobierno-, cinco colegios preuniversitarios, decenas de dependencias, cientos de centros, laboratorios e institutos de investigación; la forma en que se administran esas tensiones, conflictos e intereses, el estilo de gestión, es lo que facilita -o por el contrario, limita y obstaculiza- las prácticas cotidianas de la enseñanza, la investigación, la extensión.

 La primera presidencia del arquitecto Gustavo Azpiazu en 2004 inauguró un nuevo estilo de gestión que se fue consolidando y profundizando a lo largo de estos años.

 En la Asamblea Universitaria de 2004, Azpiazu obtuvo 96 votos sobre un total de 180 asambleístas. Como muchos recuerdan, aquella gestión transitó sus primeros meses en una fuerte crisis institucional, con dificultades incluso para formar gabinete. Nadie hubiera pronosticado que en 2007 Azpiazu lograría la reelección con el 73% de los votos en una Asamblea que se celebró en medio de enormes dificultades, que en 2008 se modificaría el Estatuto de la UNLP en larguísimas jornadas de intensos debates, que en 2010 el arquitecto Fernando Tauber fuera electo Presidente en una Asamblea cuya nueva composición elevaba su número a 270 asambleístas, obteniendo el 82% de los votos; y que en 2014 el licenciado Raúl Perdomo fuera electo con el 73% de los votos.

 ¿Qué cambió en la UNLP para pasar de aquella crisis institucional a obtener un amplísimo respaldo a los presidentes que se sucedieron desde entonces?

 Lo que cambió es la constatación de que ningún sector podía por sí solo y de manera aislada gobernar la universidad, y la vocación de convertir en herramienta básica y permanente de gestión la búsqueda incesante y laboriosa de consensos entre grupos que parten de posiciones distintas pero que en la práctica cotidiana se reconocen, cada vez más, como parte de la misma institución y acuerdan una serie de principios y objetivos fundamentales propios de la universidad pública: ofrecer educación superior de la máxima calidad a todos aquellos que tengan la vocación de formarse en nuestras aulas, garantizar mediante políticas activas la igualdad de oportunidades, mejorar y ampliar de forma constante la producción científica y tecnológica, promoviendo la interdisciplinariedad y buscando la sinergia entre producción científica y actividad académica, integrarnos de manera creciente y solidaria con el territorio que nos alberga, sus comunidades y sus demandas.

 Hay una operación discursiva propia de la política, falaz aunque a veces persuasiva, que consiste en confundir consenso con falta de debate. Es la denuncia típica de quienes decidieron permanecer fuera de los límites de aquello que se ha consensuado, y típico es también que mientras más amplios e inclusivos son los acuerdos, más estridentes son las voces de quienes disienten.

 El consenso requiere diálogo intenso y esforzado. Es laborioso e implica compromiso y vocación de construir juntos. Lejos de ser la negación del debate, es su máxima expresión, es aquel debate que produce síntesis y que aborrece de posiciones fanáticas e irreductibles. Recomiendo  la lectura de “Pensar la Universidad”, un documento colectivo coordinado por Fernando Tauber que recoge aportes de todos los claustros y que expresa de manera estructurada gran parte de ese consenso.

 Los resultados de esta cultura de gestión que ya se ha transformado en cultura institucional, están a la vista. El crecimiento de la UNLP en todas las dimensiones de su actividad sólo puede compararse -aunque se trata de escalas diferentes- con la época fundacional. No se trata sólo de metros cuadrados, aunque despreciar el impacto que tiene la mejora de las condiciones edilicias en la calidad de la enseñanza y de la investigación es cuanto menos insólito. La UNLP viene mejorando de manera constante sus indicadores de rendimiento académico y graduación, y se ha consolidado como el tercer centro de producción científica del país, por detrás del CONICET y la UBA. Todavía queda mucho por hacer. En la medida que la comunidad universitaria siga valorando más las coincidencias fundamentales sobre las diferencias, que muchas veces despiertan pasiones encendidas pero que son coyunturales y accesorias, el aporte significativo que la UNLP le hace a nuestro pueblo seguirá creciendo.

 

Patricio Lorente

Autor: Patricio Lorente

Prosecretario General de la Universidad Nacional de La Plata

3 opiniones en “La vocación de construir consensos”

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  2. Como egresado de otra universidad pública, celebro el crecimiento indiscutido de la UNLP, aulas soñadas para muchos por su historia de firme debate ideológico. Feliz por el sostenimiento y triunfo de la razón por sobre el debate absurdo en beneficio de posiciones que no representan más que el intereses de unos pocos. De a poco se irán adaptando a este consenso.

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